Disclaimer: esta respuesta se ha escrito desde un punto de vista no arromántico, pero tampoco totalmente romántico. Soy un ser extraño, lo sé
Te cuento. De pequeña nunca soñé con casarme, tener hijos, formar una familia convencional. Me gustaba jugar lo mismo con camiones que a hacer comiditas, leía, dibujaba y hacía puzzles con pasión, pero no soñaba con ser mayor para poder salir con chicos o casarme, sino para ser arqueóloga y recorrer el mundo sola. Interés por los chicos, 0. En la adolescencia, la cosa no mejoró. Los chicos no me interesaban y observaba los primeros escarceos románticos de mis amigas con curiosidad de entomólogo. Oscilaba entre el asombro y la incredulidad y no concebía como una podía "estar un par de horas metiéndose mano con un chico" o "exhibir con orgullo un chupetón violeta en todo el cuello", por relatar un par de situaciones típicas de esos años. Mi mejor amigo de aquel entonces: un chico gay con el que podía hablar de todo aquello que me gustaba: libros, música, cine.
Ya en la universidad, descubrí que me gustaba observar a los demás. Los veía relacionarse, formar parejas, separarse, pero no quería para mí el estrés emocional, el embobamiento, la pérdida de contacto con la realidad que acarreaba el enamoramiento. Aquello, simplemente, no iba conmigo.
Hasta que un buen día apareció un antiguo compañero de instituto. Un chico al que había observado con mucho interés a mis catorce años porque me parecía que no era "como los demás". Empezamos a vernos, primero como amigos, luego ya con la etiqueta convencional de "novios". Por mis circunstancias personales, sentía la soledad -que habitualmente no me asustaba-, como un peso. Una carga con la que me costaba encontrar sentido a mis pasos en la vida. Sabía que necesitaba que me cuidaran, que hubiera a mi lado un amigo que no fuera a traicionarme para que me ayudara a capear mi particular temporal. Y así empezamos, él ya con una novia, yo con un boy scout con ganas de ayudarme.
Siempre dije que no podía tener una relación con alguien al que no considerara primero un amigo, y así fue. Superado ese primer paso relacional, fui capaz de establecer un vínculo emocional que ha resultado ser duradero en el tiempo porque sigue siendo eso justamente, mi amigo. Obviamente, tratándose de una relación alosexual-asexual, hemos tenido mil altibajos, sufrido malentendidos y ambos hemos tenido en ocasiones la sensación de no ser adecuadamente acompañados. Pero superadas las primeras etapas de no entender o de no responder a las expectativas del otro, la cosa ha ido fluyendo. Lo cual ha costado lo suyo, porque las habilidades comunicativas no vienen de fábrica y el autoconocimiento no lo regalan por la calle.
Con los años he ido averiguando que el matrimonio como tal es un documento de seguridad jurídica. Algo que uno firma básicamente para no dejar al otro desprotegido si ocurre algún infortunio. Que para mí lo que los demás llaman "amor" es una etiqueta que se queda corta para describir un vínculo emocional que puede tener muchas formas y vivirse con distintas intensidades, según la persona y las circunstancias. Si tuviera que usar la etiqueta obligatoriamente, podría decir que amo a mi marido, a mi amiga del alma, a mi perra, a mis hijas. Soy feliz a su lado, su compañía me aporta cosas buenas, hacen mi vida interesante, digna de ser recordada.
Recuerdo que, de novios, mi marido me preguntaba constantemente qué sentía por él, lo cual me estresaba mucho porque no era totalmente capaz de describir mis mundos afectivos usando los convencionalismos habituales. Pero como no había otra manera, incorporé los clásicos "te quiero" y "te amo" a mi vocabulario, en aras de que él no se sintiera mal amado. Pero como todo vuelve a su ser natural, han ido desapareciendo progresivamente, y ¡oh sorpresa!, el mundo no se ha acabado. En mi caso, la convivencia me permite desplegar mi instinto cuidador, y eso no hace tan necesaria la utilización de convencionalismos lingüísticos para que el otro sienta que me importa y que me preocupo por su bienestar.
En fin, durante mucho tiempo pensé que la culpa de mis "problemas sexuales" (léase, mi constante falta de ganas de tener relaciones y la ausencia de atracción sexual por los hombres que más cosas han significado para mí) venía de un bloqueo emocional, de una incapacidad de expresarme. Pero he visto que no, que lo mío se llama asexualidad, con cierto ingrediente arromántico condimentando la salsa. Lo cual sería la explicación a mi vida entera, nada menos.