Uno de los experimentos más simples que se pueden hacer es el de dejar caer una gota desde una llave a medio cerrar. Si la vemos con detalle, reconoceremos que la gota se forma, más o menos siempre de igual forma, que se hace muy pesada y cae, siempre en línea recta. Es un experimento muy simple y que debiera se por lo tanto, fácilmente representable.
Sobre este experimento digamos que vamos a medir el tiempo que hay entre gota y gota. A la caída de la primera arrancamos el reloj y lo detenemos en cuanto cae la segunda. Hacemos esto muchas veces y anotamos los resultados.
Si este experimento lo hacemos en realidad, anotando los resultados con cuidados, veremos algo que puede o no, resultar una sorpresa. Resulta que los tiempos no siguen ninguna regla fija. A veces la gota tarda un poco más, a veces un poco menos.
A muchos esto no les llamara la atención. Dirán "la gota cae cuando quiere" y no pensarán más en el problema. Sin embargo, para los matemáticos, para los ingenieros, para aquellos que han crecido en la técnica moderna, el pensar que la gota haga algo como caer, según lo que parece ser no más que su capricho, es sin duda una idea irritante.
¿Acaso la gota puede decidir algo? No claro. La gota no piensa. ¿Como va a caer cuando quiera? ¡No puede "querer caer"!
Para las personas que no toleran pensar con flexibilidad y que necesitan llevarlo todo a teorías matemáticas, el problema de la gota los volverá locos sin remedio. Es un problema real, pero que escapa de su paradigma mental.
El primer paso hacia el entender lo que esta pasando, al menos el primer paso que dan quienes piensan siempre con la técnica por delante, es la de poner nombre a las cosas. Esto se hizo con el problema de la gota, y el nombre escogido fue claro esta caos.